viernes, 5 de agosto de 2011

"El estallido de la burbuja educativa chilena"

Por Adriana Puiggrós

"...los sucesos de estas horas demuestran que si la educación se reduce a las leyes del mercado en algún momento emerge la sociedad profunda reclamándola como propia".

Nota completa: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-173841-2011-08-05.html

miércoles, 3 de agosto de 2011

"El flâneur en dos ruedas"

David Byrne recorre diferentes ciudades del mundo, desde Nueva York a Buenos Aires, con sus “Diarios de bicicleta”. 

POR SANTIAGO MAISONNAVE

La cuestión de la mirada y el movimiento es el eje central en los Diarios de bicicleta de David Byrne: la mirada como resultado de un paso, como sedimento de una cadencia. La mirada como fruto del movimiento.

“Hacia 1840 fue durante cierto tiempo de buen tono conducir tortugas con una correa en las galerías. El flâneur se complacía en adecuarse al ritmo de las tortugas”, escribía Walter Benjamin, en uno de sus apuntes sobre Charles Baudelaire.

Es posible pensar los textos de David Byrne a la luz de la figura del flâneur analizado por Benjamin y, mucho más acá, descripto con precisión por Nicolás Casullo: “El flâneur es el sujeto que callejea la gran urbe, el que todos los días la vive, la observa y la descubre, paseándola, y de ese callejear hace un arte”.

David Byrne, como el flâneur baudelariano, se deslumbra frente a la ciudad en crecimiento. La contempla. La interroga. A veces se espanta, y otras se embelesa. Recorriendo en bicicleta espacios y calles que se verían distintos desde un auto, Byrne entrena la observación morosa, profunda. Sus apuntes pronto dejan de ser meras descripciones para entrar en el terreno de la reflexión filosófica, sociológica, antropológica... o simplemente original y sensible.

En una decena de apartados –en los que podemos incluir el epílogo–, Byrne sintetiza su paso por una serie de capitales o grandes ciudades de diferentes regiones del planeta. Berlín, Estambul, Manila, Sydney, Londres, San Francisco o Buenos Aires son algunos de los paisajes –geográficos y sociales– sobre los que el autor proyecta su mirada de extraño. Una mirada que evita tanto los lugares comunes de cada región, como los del turista que las visita transitoriamente.

Sin referencias explícitas de fecha, el comienzo de cada capítulo suele estar orientado a describir y evaluar la urbe de turno como espacio para el ciclismo: su hostilidad o amabilidad con el ciclista, la belleza de sus paseos, la oscuridad desagradable de sus autopistas y sus moles de cemento, o la inclinación de sus calles, son las líneas organizadoras de ese primer acercamiento.

Hace tres décadas que el ex vocalista de la banda Talking Heads eligió la bicicleta como medio de transporte cotidiano, y con el tiempo se ha transformado en un militante activo para expandir su uso. No es ése, sin embargo, el aspecto más interesante de estos Diarios de bicicleta, que provocan una lectura más gozosa cuando abundan en anécdotas (el lector cholulo tendrá algunos pasajes para satisfacer su apetito), o en las personales consideraciones de Byrne sobre el arte, la arquitectura o los diversos estilos de vida. La escritura se torna entonces más flexible, y abre huecos para la ironía, de la que Byrne sabe cómo sacar el mejor partido.

Manifiesto admirador del “arte outsider”, Byrne es, él mismo, una suerte de outsider. Aun cuando se refiere en el último capítulo a la ciudad de Nueva York, en la que vive, su voz es la de quien no termina de pertenecer al lugar. Un extrañamiento que podría explicarse por el cosmopolitismo neoyorquino, pero que se debe, sobre todo, a la capacidad de Byrne para desautomatizar la percepción de algunas cosas.

Se despliegan así estos textos como una larga disquisición, fragmentaria y oblicua, alrededor de ningún centro. Un conjunto de apuntes que constituyen el mapa de una sensibilidad; la síntesis del merodeo como experiencia ritual. Valen también para Byrne las palabras de Casullo: “La metrópolis, para el flâneur, es fragmentos, visiones fugaces, trozos existenciales desperdigados, restos nocturnos, siluetas fantasmales”.

Fuente: Revista Ñ (29/07/11)

martes, 2 de agosto de 2011

Spaguetti del rock


Pistones de un curioso motor de humanidad,
resortes viejos de este amor que va.
Memoria hostil de un tiempo de paz sin paz.
Narices frías de una noche atrás.

Besos por celular

las momias de este amor
piden el actor de lo que fui.

Pantalla de la muerte y de la canción,

proyectos de un nuevo spaghetti del rock.
Cíclope de cristal devora ambición,
vomita modelos de ficción.

Remontar el barrilete en esta tempestad

sólo hará entender que AYER NO ES HOY
que HOY ES HOY y que no soy actor de lo que fui.

viernes, 29 de julio de 2011

"El Viaje" de Charles Baudelaire (1821-1867)

I
Para el niño, amante de mapas y grabados,
el universo es igual a su inmenso apetito.
¡Ah, qué grande es el mundo a la luz de las lámparas!
¡qué pequeño es el mundo a los ojos del recuerdo!


Una mañana partimos, con el cerebro en llamas,
el corazón henchido de rencor y de amargos deseos,
y, al ritmo de las olas, vamos
meciendo nuestro infinito en la finitud de los mares:
 


unos, felices por salir de una patria infame;
otros, por huir del horror de sus cunas, y no faltan
astrólogos ahogados en los ojos de una mujer,
la tiránica Circe de peligrosos perfumes.1

 
Para no ser convertidos en animales, se embriagan
de espacio, de luz y de abrasados cielos;
el hielo que les muerde y el sol que les broncea,
van borrando despacio la señal de los besos.

 
Pero los verdaderos viajeros son sólo los que parten
por partir; corazones ligeros, iguales a los globos,
que nunca se separan de su fatalidad,
y, sin saber por qué, dicen siempre: ¡Adelante!

 
aquellos cuyos deseos tienen forma de nubes,
y que sueñan, como sueña el recluta con el cañón,
con inmensos deleites, ignotos y cambiantes,
¡que el espíritu humano nunca supo nombrar!

 
1-Hermosísima hechicera que moraba en la isla Era, que transformó en cerdos a los compañeros de Ulises.


Fuente: http://www.siempredeviaje.com.ar/Baudelaire/principalbaudelaire.htm